Destierro involuntario, la maldición caínica.
El hacer de maletas se adelanta a la fuga.
Adiós al barrio viejo de portales vencidos
y a la casa olorosa a mamey y a naranjas.
Adiós a los paseos nocturnos por el puerto,
y a las carreras locas persiguiendo una rana,
con el sabor meloso de piñas y papayas,
chorreándose en las manos de mi infancia.
Adiós al malecón, espejo de la luna,
que salpicó mi rostro de sal y de cigarras.
Hoy empieza el destierro y el alma está de luto.
Hay algo que se muere y no tiene mortaja.
Jenny Londoño.
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