"El dolor y el sufrimiento son siempre inevitables
para una gran inteligencia y un corazón profundo."
Fiodor
Le arrebataron a su padre, lo condenaron a muerte, le destruyeron la salud,
le arrancaron a su hijo, lo dejaron sin patria, sin fe, sin dinero y sin garantías.
Y sin embargo —o justamente por eso— se convirtió en el escritor que mejor entendió la vida.
No la vida que se enseña en manuales, sino la que duele.
La que incomoda. La que rompe.
Primera herida: el padre asesinado
A los 18 años, su padre —un médico alcohólico y tiránico— fue asesinado por campesinos. Esa muerte brutal lo marcó para siempre. Lo dejó flotando en una culpa ambigua, entre el odio y el amor filial.
Segunda herida: la muerte que casi fue
En 1849 lo arrestaron por participar en un círculo intelectual considerado peligroso. Lo condenaron a muerte. Lo llevaron al paredón.
Lo ataron. Lo vendaban. Esperaba el disparo…
Y entonces, el milagro: un indulto de último segundo.
Tercera herida: un cuerpo que lo traicionaba
Epilepsia. Convulsiones. Caídas. Visiones.
La enfermedad le enseñó lo que nadie quiere aprender: que el cuerpo también puede volverse enemigo.
Pero en esos instantes de descontrol, también encontró vislumbres de lo eterno.
Cuarta herida: la ruina y el azar
Perdió fortunas en el juego. Se endeudó. Lo acosaban los acreedores.
Y sin embargo, en medio de esa angustia, escribió. A contrarreloj. Con el alma hipotecada.
Quinta herida: la muerte de su hijo
Su hijo Aliosha murió de epilepsia. Él mismo lo había contagiado con su herencia.
En lugar de callar, escribió.
Lloró escribiendo.
¿Y entonces? ¿Qué nos queda a nosotros?
Dostoievski no fue sabio por elección. Fue sabio por necesidad.
No buscó entender la vida desde la comodidad del éxito, sino desde el borde del abismo.
Por eso nos sigue hablando más de un siglo después: porque no escribió para lectores,
escribió para almas heridas que todavía buscan sentido.
Y quizás por eso, en un mundo donde todos simulan estar bien,
leerlo es una forma radical de honestidad.
A veces, perderlo todo no te destruye. A veces, te despierta."
Carlos Felice.
No hay comentarios:
Publicar un comentario