Allí se divisan techos
y el adobe de los ranchos
y ponchos indios tejidos
con hilachitas de ocaso.
Arrebozadas de noche
van las cholitas llegando;
han comenzado su ronda
los yuros, de mano en mano,
que la chicha de los indios
guarda sonrisas y cantos.
En el patio de la casa
hay un rincón de milagro.
Candelas asustadizas
junto al pesebre sagrado
alumbran la nochebuena
de los que tienen mal año.
Allí un torito de arcilla,
allí un corderito blanco
y junto al niño moreno
la virgencita de barro.
¡Ay, pesebre navideño,
pesebre del altiplano!
No hay estrellas de papel
ni cielo en tela pintado.
Sólo está el cielo puneño
con sus mil años girando.
Sus mundos estremecidos
de soledad en lo alto.
La quena dice aleluyas
en el fondo de los patios
mientras la voz de las cholas
junta cristales trizados.
Los ojos dicen: “¡mañana!”
Sueño de antiguo soñado.
Y mientras las viejas piden
“¡que el niño traiga buen año!”
la chicha amasa las coplas
en el fondo de los cántaros.
¡Ay, pesebre navideño,
pesebre del altiplano!
Junto a los muros de adobe
contempla el viento ese cuadro
de ponchos y de rebozos,
de sombreros y de aguayos
y de silencios que aprietan
un acuyico de salmos...
El viento conoce el mundo
de los runas solitarios
de la nieve que castiga,
del maicito malogrado;
del arriero sin retorno,
del socavón derrumbado
y de ese callar profundo
del que no espera, esperando.
¡Ay, pesebre navideño,
pesebre del altiplano!
Viento del Ande que sabes
las penas de los callados,
vuélvete a la cordillera,
monta en tu potro nevado
y galopa por el mundo
contando lo que has mirado.
Dile que ese colla mudo
que toca quena y charango,
que vive en los pedregales
sin esperar, esperando;
que camina por la vida
por los caminos más largos;
que reza en las navidades
con los ojos y las manos,
porque le faltan palabras
como le sobran harapos.
Sólo una flauta de caña
diciendo un áspero salmo
en aquella Nochebuena
de los que tienen mal año.
Y ese torito de arcilla,
y ese corderito blanco
y junto al niño moreno
la virgencita de barro.
Gota de luz en las velas
de aquel rincón de milagro.
Y tras la pirca, lo inmenso:
campo y cielo, cielo y campo...
¡Ay, pesebre navideño,
pesebre del altiplano!
Atahualpa Yupanqui.
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