Ayer hallé a un cesante
de rostro macilento,
que frente a un panecillo
tan duro como un hierro,
–pues que quizás tuviera
dos meses por lo menos,–
contábale afligido
dolores y tormentos,
vertiendo cada lágrima
que era un dolor el verlo.
Tomele por un loco
y a él me acerqué con miedo,
diciéndole: –Amiguito,
perdone si molesto;
pero saber quisiera
por qué tan triste y serio
le encuentro conversando
con ese pan tan seco.
Y respondiome el hombre
al punto, y muy atento:
–¿Desea usted, amigo,
saber lo que pretendo?
La cosa es muy sencilla,
y aunque a las claras veo
que usted me juzga loco,
verá que soy muy cuerdo.
¡Seis días han pasado!
¡Seis días, caballero,
sin que un bocado solo
entrara en este cuerpo!
Y como el tiempo pasa
y el hambre va creciendo,
con este pan me encaro,
–porque es fuerza comerlo,–
mas como está tan duro
y así con él no puedo,
le cuento mil desgracias
y horrores mil le cuento
¡a ver si de este modo
consigo enternecerlo!
Vital Aza
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