En una noche de enero
una niña pordiosera,
con los pies casi desnudos,
con las manecitas yertas,
cubriendo, a modo de manto,
con su falda la cabeza,
y sin temor a la lluvia
que más cada vez arrecia,
contempla, extasiada y triste
el interior de una tienda.
–¿Qué haces aquí? le pregunta,
con voz desabrida y seca,
un dependiente, empujando
a la niña hasta la acera.
-¡Déjeme usted! ¡Si es que estaba
mirando aquella muñeca!
–¡Vaya! Retírate pronto
y deja libre la puerta.
-¿Dígame usted. ¿Cuesta mucho?
–¿Quieres marcharte, chicuela?
–¿Será muy cara, verdad?
¡Lo que es como yo pudiera!...
–¡El demonio de la chica
- ¡Lárgate a pedir limosna!
y déjate de simplezas.
La muñeca que te gusta
vale un duro, con que ¡fuera!
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Marchose la pobre niña
ocultando su tristeza…
en vano pide limosna…
ninguno escucha sus quejas…
Y desfallecida y débil,
cruza calles y plazuelas
recordando en su amargura
la tentadora muñeca…
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- ¡Caballero, una limosna
a esta pobrecita huérfana!
-¡Déjame, que voy de prisa!
-¡Por Dios, señor! Aunque sea
un centimito… ¡Tengo hambre!...
- (¡Pobre niña! ¡Me da pena!)
Toma.
-¡Señor! ¡Si es un duro!
-Te lo doy para que puedas,
siquiera por esta noche,
tener buena cama y cena.
-¡Déjeme usted que le bese
la mano!
- Quita, tontuela.
-¡Que Dios se lo pague a usted!
¡Un duro!... ¡Estoy muy contenta!...
¿No será falso, verdad?
-¡Cómo muchacha! ¿Tú piensas?...
-No, señor… perdone usted…
Pero… ¡vamos!... la sorpresa...
¡Si voy a volverme loca
de alegría!... ¡Quién dijera!
¡Que Dios le premie en el mundo
y le dé la gloria eterna!
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Y apretando entre sus manos
convulsivas la moneda,
corrió por la calle abajo
veloz como una saeta.
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A la mañana siguiente
se comentaba en la prensa
el hecho de haberse hallado
en el quicio de una puerta,
¡el cadáver de una niña
abrazado a una muñeca!
Vital Aza.
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