Un molino que chirriaba con el ardor del verano
agitado por el viento que intentaba acariciarlo.
Un cielo que había robado su color a un Dios pagano
porque tenía el fulgor que en ningún cielo he notado.
Un par de zapatos viejos y un collar de flores frescas
y en la frente dibujadas tantas esperanzas nuevas.
Coplas que entonaba al aire en las mañanas trigueñas,
junto a leños encendidos, narración de historias viejas.
Y la ternura de un gato esperando tras la cerca
y el deslizarse del tiempo sin atisbos de tristeza.
Y el estallar de la vida con la profunda simpleza
de transitar cada tramo sin ayer y sin urgencias.
Alejo Márquez
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