Argos fue el único que reconoció a Ulises,
vestido de mendigo,
después de veinte años de ausencia.
"Así hablaban cuando un perro que estaba echado levantó la cabeza
y enderezó las orejas.
Era Argos, el perro del infortunado Ulises, que algún día le crió por sí mismo
y que no aprovechó luego, pues partió enseguida para Ilios...
Y ahora, en ausencia de su amo, yacía decaído sobre un montón
de estiércol de los bueyes y las mulas que había a la puerta,
y permanecía allí hasta que los criados transportaban el estiércol
para abonar la extensa huerta.
Allí yacía Argos, el perro, roído de miseria.
Y en el acto reconoció a Ulises que se acercaba,
y movió la cola y enderezó las orejas aunque no pudo llegar hasta él,
el cual, conociéndole, se enjugó una lágrima ocultándola hábilmente.
Homero.
Canto XVII de La Odisea.
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