¡Cuánto sufrí, y qué solo! Ni un amigo,
ni una mano leal que se tendiera
para estrechar la mía; ni siquiera
el placer de crearme un enemigo.
De mi abandono y mi dolor testigo,
de mi angustiosa vida compañera
fue una pobre mujer, una cualquiera,
que hambre, pena y amor partió conmigo.
Y hoy, que mi triunfo asegurado se halla,
tú, amigo, por el éxito ganado,
me dices que la arroje de mi lado,
que una mujer así, denigra… ¡Calla!
con ella he padecido y he gozado:
el triunfo no autoriza a ser canalla.
Joaquín Dicenta.
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