Con cada muerte,
con cada destello de cuerpo quemado
el bosque se cubrió de penachos rojos.
Cada guerra sembró semillas de verdes brotes
y entre gemidos y desgarros
un aluvión de orquídeas nos invadió.
Cada inocente abatido fue de pétalos cubierto
y a mayor dolor
un aroma de azahares inundó el aire.
Es una tristeza ver el jardín tan florecido…
Gustavo Tisocco.
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